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Siempre he sido una persona curiosa, con un hambre insaciable de explorar cada nuevo dispositivo, herramienta o artefacto que se cruce en mi camino. Todo comenzó con un simple teléfono, uno de esos que apenas enviaban mensajes, pero que para mí era una ventana al futuro. Desde entonces, me convertí en alguien que analiza y comparte.
Cuando recibo un producto nuevo, lo miro con ojos de investigador, de explorador en un terreno desconocido. Me gusta abrir la caja lentamente, como si estuviera desenvolviendo un regalo cuidadosamente elegido. Examino cada detalle: el peso, el acabado, los materiales. ¿Tiene ese clic satisfactorio al encenderse? ¿Es tan intuitivo como promete su diseño?
Pruebo todo como si fuera el usuario más exigente del mundo. Si es un teléfono, reviso hasta el último píxel en su pantalla, verifico si las fotos realmente tienen "calidad profesional" o si solo lo dicen para vender más. Si es un electrodoméstico, lo pongo a prueba con los escenarios más extremos. Si es algo tan simple como una libreta, analizo si el papel es lo suficientemente bueno para una pluma fuente.
Escribir sobre lo que encuentro es un arte en sí mismo. Cada reseña que publico no solo debe informar, también tiene que contar una historia, mi historia con ese producto. Porque no es solo una batería externa, una cafetera o unos auriculares. Es cómo encajan en la vida real, en la mía y, quizás, en la de quienes me leen.
Y sí, hay días en que me pregunto si he perdido un poco la capacidad de sorprenderme, pero siempre aparece algo nuevo que me hace sentir como un niño otra vez. Supongo que ese es el secreto de lo que hago: mantener viva la curiosidad.
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